In the dark, the knight
La aproximación de Christopher Nolan al mito de Batman supone un caso paradigmático de inferioridad auto-asumida pero renegada por parte de la pop culture (el cómic de justicieros, los blockbusters de verano), convencida de que para su tránsito hacia los estadios de respetabilidad de lo high el camino a seguir es la ocultación de las características propias, su naturaleza, en vez de responsabilizarse de ellas. Nolan se revela como el fan sentimental con una pasión demostrable hacia su objeto de culto (el buceo por las más grandes muestras gráficas de las aventuras del Señor de la Noche y la utilización de detalles puntuales en sus películas así lo prueba), pero equivocado en la forma de hacer esa admiración por los cromos de colores extensible a sus amistades ávidas lectoras de The New Yorker.
Un lugar común que van a ver muy repetido estos días: los Nolan haciendo por las películas de superhéroes lo mismo que Alan Moore y Frank Miller hicieran por los tebeos superheróicos en la década de los ochenta. Esto es, elevarlos, expandir sus límites (siempre en dirección hacia otros terrenos ya transitados -no inéditos-, ya sea la literatura, el noir o el cartelismo), darles un tamiz de respetabilidad que, se incide en esto, antes les era ajeno. Parece que, en efecto, esa es su más cristalina intención. Como es lógico, azuzada por la clausura extremadamente camp de la saga antes de su reinicio en 2005 y el hecho de que, un lustro antes de Batman Begins, Bryan Singer ya había dado el pistoletazo de salida para una convivencia armónica entre mamporros e intrigas con gabardina como reflejo sociológico en un subgénero que no parecía destinado a ocupar más de una nota al pie de página en la historia del cine (el dinero sepultado y generado en su día por Donner y Burton, un par de iconos -Reeves y Pfeiffer- y la consagración definitiva de Williams y Elfman) con X-Men, asentando luego la fórmula en una brillante secuela.
Incapaz de decidirse por la postura de Moore (incrementar el psicologismo, la complejidad referencial) o la de Miller (apuesta clara por el hard-boiled), Nolan opta por intentar darle una dimensión de plausibilidad a los elementos más tebeístico-fantasiosos, un nivel actoral de la más alta altura, una localización física y real alejada de los acartonados decorados de sus predecesores en la franquicia cinematográfica de Batman y sumar una constante acumulación de reflexiones morales subrayadas en recurrentes enfrentamientos dialécticos. En The Dark Knight lleva este último aspecto hasta un apogeo de one-liners de pomposa profundidad que articulan todo el elaborado entramado argumental a base de triángulos y subtramas paralelas de la película. Pese a que ya sabemos lo bien poco que molan los subrayados orales en determinadas ocasiones, la contundencia y elaboración del guión de Christopher y Jonathan es tan consistente (salvo algún que otro detalle que fluctúa entre lo chirriante y lo vergonzoso, como es el asunto de los ferrys; no ya sólo por su un tanto naïf desarrollo, sino por tratarse de un calco estructural de uno de los climax anteriores) que uno estaría dispuesto a pasar por alto el exceso de grandilocuencia si se viera respaldado por un trabajo formal a la altura. No es el caso. Nolan, Christopher, no es capaz de mostrar y desplegar los problemas morales de los métodos del héroe sólo mediante la imagen y tiene que recurrir de forma constante a las reflexiones en voz alta, debido a su propia desconfianza y falta de garra visual. Aparte de algún que otro momento aislado de brillante factura, como es el primer plano o el desenlace de la secuencia del hospital, la película desaprovecha la realidad física de Gotham para centrarse en la colectiva de sus habitantes y el devastador efecto de los ataques del Joker sobre sus voluntades.
De todas formas, dejémonos de tonterías. Eso son carencias cosustanciales a cómo se han configurado desde un inicio tanto esta película como la anterior. Nolan ha demostrado en piezas de cámara tan sutiles y elegantes como The Prestige que talento tiene, el problema es que parece que con la saga Batman intenta ir más allá de sus posibilidades reales. Para que las grandes ambiciones megalómanas salgan bien se tiene que ser un auténtico genio, un Kubrick o Miguel Ángel; en el momento en que el director de Memento sea consciente de sus limitaciones podrá llegar a posicionarse como uno de los directores más interesantes de Hollywood. Esquivando estas pegas inherentes a la personalidad detrás de la película, el principal problema de The Dark Knight, aunque no deja de estar relacionado con ellas, es la excesiva acumulación de momentos climáticos. Es encomiable que un tour de force de acción que pretende mantenerse de pie durante 150 minutos (sin ninguna set piece definida como tal más allá de la localización espacial) no achaque problemas de ritmo demasiado notables, pero pierde efectividad al no contar con ningún momento de respiro en todo el metraje. No es una consecuencia de esa sensación de "no hay tiempo para nada" que parece transmitirse constantemente (muy ayudada por la inusitada capacidad del Joker de aparecer de repente en cualquier lugar), pues hay momentos que parecen diseñados para dar las necesarias bocanadas de aire (la cena, la fiesta en honor de Harvey Dent) que van siendo desaprovechados uno tras otro. Solamente el Joker ledgeriano (en ningún caso una reinvención del personaje como se había vaticinado, pero sí una más que interesante variación respecto a la interpretación de Jack Nicholson) consigue para sí alguno de esos momentos: el mencionado final de la secuencia del hospital, con él precediendo a la destrucción absoluta, y cuando saca la cabeza por una ventanilla de coche en el único plano volátil de toda la película. Puede que se trate de la confirmación definitiva de que es este personaje el que más cómodo se encuentra en una función tan recargada y teatralizada como sus acciones para sembrar el caos.
+ Alvy Singer [I, II] · Casa Putas [I, II] · Noel [I]
Un lugar común que van a ver muy repetido estos días: los Nolan haciendo por las películas de superhéroes lo mismo que Alan Moore y Frank Miller hicieran por los tebeos superheróicos en la década de los ochenta. Esto es, elevarlos, expandir sus límites (siempre en dirección hacia otros terrenos ya transitados -no inéditos-, ya sea la literatura, el noir o el cartelismo), darles un tamiz de respetabilidad que, se incide en esto, antes les era ajeno. Parece que, en efecto, esa es su más cristalina intención. Como es lógico, azuzada por la clausura extremadamente camp de la saga antes de su reinicio en 2005 y el hecho de que, un lustro antes de Batman Begins, Bryan Singer ya había dado el pistoletazo de salida para una convivencia armónica entre mamporros e intrigas con gabardina como reflejo sociológico en un subgénero que no parecía destinado a ocupar más de una nota al pie de página en la historia del cine (el dinero sepultado y generado en su día por Donner y Burton, un par de iconos -Reeves y Pfeiffer- y la consagración definitiva de Williams y Elfman) con X-Men, asentando luego la fórmula en una brillante secuela.
Incapaz de decidirse por la postura de Moore (incrementar el psicologismo, la complejidad referencial) o la de Miller (apuesta clara por el hard-boiled), Nolan opta por intentar darle una dimensión de plausibilidad a los elementos más tebeístico-fantasiosos, un nivel actoral de la más alta altura, una localización física y real alejada de los acartonados decorados de sus predecesores en la franquicia cinematográfica de Batman y sumar una constante acumulación de reflexiones morales subrayadas en recurrentes enfrentamientos dialécticos. En The Dark Knight lleva este último aspecto hasta un apogeo de one-liners de pomposa profundidad que articulan todo el elaborado entramado argumental a base de triángulos y subtramas paralelas de la película. Pese a que ya sabemos lo bien poco que molan los subrayados orales en determinadas ocasiones, la contundencia y elaboración del guión de Christopher y Jonathan es tan consistente (salvo algún que otro detalle que fluctúa entre lo chirriante y lo vergonzoso, como es el asunto de los ferrys; no ya sólo por su un tanto naïf desarrollo, sino por tratarse de un calco estructural de uno de los climax anteriores) que uno estaría dispuesto a pasar por alto el exceso de grandilocuencia si se viera respaldado por un trabajo formal a la altura. No es el caso. Nolan, Christopher, no es capaz de mostrar y desplegar los problemas morales de los métodos del héroe sólo mediante la imagen y tiene que recurrir de forma constante a las reflexiones en voz alta, debido a su propia desconfianza y falta de garra visual. Aparte de algún que otro momento aislado de brillante factura, como es el primer plano o el desenlace de la secuencia del hospital, la película desaprovecha la realidad física de Gotham para centrarse en la colectiva de sus habitantes y el devastador efecto de los ataques del Joker sobre sus voluntades.
De todas formas, dejémonos de tonterías. Eso son carencias cosustanciales a cómo se han configurado desde un inicio tanto esta película como la anterior. Nolan ha demostrado en piezas de cámara tan sutiles y elegantes como The Prestige que talento tiene, el problema es que parece que con la saga Batman intenta ir más allá de sus posibilidades reales. Para que las grandes ambiciones megalómanas salgan bien se tiene que ser un auténtico genio, un Kubrick o Miguel Ángel; en el momento en que el director de Memento sea consciente de sus limitaciones podrá llegar a posicionarse como uno de los directores más interesantes de Hollywood. Esquivando estas pegas inherentes a la personalidad detrás de la película, el principal problema de The Dark Knight, aunque no deja de estar relacionado con ellas, es la excesiva acumulación de momentos climáticos. Es encomiable que un tour de force de acción que pretende mantenerse de pie durante 150 minutos (sin ninguna set piece definida como tal más allá de la localización espacial) no achaque problemas de ritmo demasiado notables, pero pierde efectividad al no contar con ningún momento de respiro en todo el metraje. No es una consecuencia de esa sensación de "no hay tiempo para nada" que parece transmitirse constantemente (muy ayudada por la inusitada capacidad del Joker de aparecer de repente en cualquier lugar), pues hay momentos que parecen diseñados para dar las necesarias bocanadas de aire (la cena, la fiesta en honor de Harvey Dent) que van siendo desaprovechados uno tras otro. Solamente el Joker ledgeriano (en ningún caso una reinvención del personaje como se había vaticinado, pero sí una más que interesante variación respecto a la interpretación de Jack Nicholson) consigue para sí alguno de esos momentos: el mencionado final de la secuencia del hospital, con él precediendo a la destrucción absoluta, y cuando saca la cabeza por una ventanilla de coche en el único plano volátil de toda la película. Puede que se trate de la confirmación definitiva de que es este personaje el que más cómodo se encuentra en una función tan recargada y teatralizada como sus acciones para sembrar el caos.
+ Alvy Singer [I, II] · Casa Putas [I, II] · Noel [I]