domingo, noviembre 18, 2007

A small remembrance of something more solid


El viernes pasado celebramos la inauguración del Cinemad 2007, este año un evento relevante por tratarse del último pase de Los Cronocrímenes en España durante un periodo de tiempo, puede que al menos hasta que algún distribuidor nacional se quite la venda (rosa) de los ojos de una vez. Al evento acudimos algunos de los sospechosos habituales de la blogocosa, en una pseudo-quedada de alto valor improvisado con el claro objetivo de colarnos para ver la película del señor Vigalondo.

Existe la posibilidad de diálogo entre obras tan aparentemente desvinculadas como The Fountain, el retrato del exceso caótico y metafísica abigarrada, y Los Cronocrímenes, una película de viajes en el tiempo costumbrista y que afortunadamente no tiene la necesidad de autojustificarse. Ambas, al fin y al cabo, dos historias de amor. Las dos parten de un minimalismo y sencillez de elementos apabullante para, acto seguido, trastocarlo, replegarlo para terminar convirtiéndolo en la última mínima y nuclear pieza de un juego de muñecas rusas fascinante. Una vez vistas, lo mejor es irlas desnudando de sus múltiples hojas para encontrar esa esencia primera, que aunque hay que reconocerla más desarrollada en el caso de Vigalondo no por ello deja de tener el indiscutible valor de belleza propio de lo más sencillo. Algo que ya se le podría atribuir como marca de estilo.

Sin llegar a superar a su obra maestra Choque (de reminiscencias, entre otras, bressonianas), este estreno en el largometraje cumple todas las expectativas construidas a lo largo del resto de ese conjunto multigenérico e intrasferible que forma hasta ahora su obra audiovisual. Además, la dirección tiene el buen gusto de no caer en los peligrosos alardes formales del síndrome opera prima y es tan contenida como efectiva en algunos momentos de increíble fuerza visual. Por no hablar de los puntuales momentos de puro humor pocho, diseñados para desarmar a cualquiera. Intentaré volver sobre ella cuando su difusión permita el despiece masivo y la absoluta diversión de todos los que vayan a verla.
·
En otro orden de cosas, les recuerdo que, como cada domingo, el Iván celebra la festividad poppie por excelencia. Hoy con guest star y todo, que viene de atravesar un concierto de Zorras Adolescentes y la noche burgalesa con sólo cerveza como elemento anticongelante, ¿no sabes? Pero no se dejen distraer por los lunares y ya que visitan la página aprovechen para descubrir la escalofriante verdá sobre Rafa Corega. Pues eso.

lunes, noviembre 12, 2007

Horror Porn Heroes (I)

James Gunn, que se formó bajo la supervisión de Lloyd Kaufman en la Troma, merece todo el reconocimiento por el remake-reconversión de Dawn of the Dead y sus personajes para unirlos a la estética más brutal y estilizada de Snyder frente al (nada objetable) primitivismo formal de la película de Romero. Pero a la hora de dirigir su primera película sin el cobijo del brazo protector de Kaufman, no consigue trasladar los aciertos de su guión zombie survivor a la amalgama de referencias de productos cárnicos ochenteros y colindantes con la serie b que forman el conjunto final de Slither.

Hay que reconocer el valor (en términos de utilidad, no de ánimo) de su planteamiento, una mixtura viscosa de blobs, "cosística" carpenteriana y Fred Dekker [aquí no hay distinción de clases, solo triunfa la democracia del entretenimiento], eso no me verán discutirlo. Pero hay algo que falla estrepitosamente en la ejecución de este proyecto, de firme inspiración y convencimiento seriebístico, pero en mi opinión demasiado lastrado por sus presupuestos comerciales. En primer lugar, tenemos que una teórica virtud, la combinación entre efectos tradicionales y digitales, no hace más que evidenciar el escaso nivel de estos últimos. No sé ustedes, pero yo cuando veo una marioneta a la que se le ven las costuras me enternezco, si veo 100.000 píxeles bailando un tango me descojono. En Slither todo lo CGI rompe, rasga la atmósfera pretendidamente creada por la representación de la localización sureña (que no es tal) y el trabajo actoral de revisión artesanal de cierto sub-subgénero, para pasar al nivel de otras cosas mucho menos interesantes.

En realidad, la peor pega de esta película de James Gunn es la falta de honestidad, cuando precisamente por la naturaleza del proyecto y algunos de sus elementos clave (ese guión paradigma de lo mínimo y funcional, el casting milimétrico) es lo que menos esperaríamos encontrar. Todo se resume a la perfección en la celebrada secuencia de la bañera: la planificación es modélica, la intertextualidad con cita directa a Shivers también, incluso el acierto en el uso de un "arma" intrínsecamente ligada al espacio donde se encuentra. Todo sería correcto y delicioso, salvo por un motivo: no tiene ninguna cabida en el conjunto, en la esencia de la película. De esta película. Supone una patada en la espinilla de la coherencia formal tanto como las transiciones de la deleznable Zodiac. No había ninguna necesidad de introducir tan canónica set-piece para darle un barniz más prestigioso a una historia de babosas alienígenas que se meten por la boca de los paletos habitantes de un pueblo de medio pelo, eso solo denota escasa confianza en los valores naturales del resto.


Dirán que no se trata de un motivo tan grave como para cargarse una película tan teóricamente llena de buenas intenciones, pero lo cierto es que hace que ya vea el resto de sus elementos como tremendamente impostados. Falsos. A lo loco. Porque es lo propio, lo que toca. Y esta falta de coherencia, que deriva en ausencia de implicación, es una de las principales carencias que encuentro en algunos de estos nuevos adalides del terror moderno (no en el caso de Rob Zombie, que es más un problema de desarrollo de potencial), y en la que Gunn se zambulle de lleno. O será que no he visto Firefly y por eso no le pillo la gracia a Nathan Fillion, quién sabe.