martes, noviembre 21, 2006

The losing card I'll someday lay


Salgo de este breve retiro forzado en el que estaba sumido, con motivo de una triste noticia. Robert Altman, uno de los grandes motores responsables de que Hollywood entrara en la modernidad cinematográfica en los setenta ha fallecido en L.A. a los 81 años. La noticia no es demasiado sorprendente por lo debilitado que se encontraba ultimamente, hasta el punto de que en su última película, A Prairie Home Companion contó con Paul Thomas Anderson –uno de sus más directos herederos formales– como ayudante de dirección para que, en el peor de los casos, fuera el responsable de terminar la película. Afortunadamente no hizo falta y esa crónica de la retransmisión radiofónica del Medio Oeste quedará como la guinda de una filmografía tan prolífica como irregular, pero bastante bien surtida con alguna que otra obra fundamental del cine norteamericano y un gran número de magníficas películas.

Esperemos que esta noticia sirva para que vuelva a la actualidad y al debate este gran director, uno de los más tenaces francotiradores de Hollywood, un outsider desde dentro, caracterizado por sus repartos kilométricos y facilidad para la coordinación de numerosos personajes, con un estilo muy propio que le hacía capaz tanto de lo mejor como de desbordantes catástrofes. Como filmografía recomendada de urgencia, no lo duden: MASH (1970), McCabe and Mrs Miller (1971), The long goodbye (1973), Nashville (1975), 3 Women (1977), Short Cuts (1993), Cookie's Fortune (1999) y Gosford Park (2001).

+ Refo ya lo había dicho hace un rato, con la misma foto pero mejor que yo.

jueves, noviembre 09, 2006

Vistazo a Masters of Horror


Hace unas semanas arrancó en Estados Unidos la segunda temporada de la serie de televisión Masters of Horror. Como este blog tiene un inestable compromiso con la actualidad y con la ventaja de que la primera temporada ya ha sido vista y comentada por todo dios, haciendo innecesario perder el tiempo en introducir el concepto de la serie, hablaré de algunas de las impresiones que produjo en mí su visión –en unas ocasiones disfrute y en otras sufrimiento– y comentaré las propuestas que fueron más de mi agrado.

Para empezar no podemos obviar a la figura de Mick Garris, el artífice de la serie y realizador de la peor de sus entregas. Un feliz día, durante una de sus habituales masturbaciones con algún libro de Stephen King –elucubración–, este incapaz juntaimágenes tuvo la idea de crear una serie de televisión que retomara ese espíritu de antología de pequeñas historias de suspense, terror y fantasía al estilo de Alfred Hitchcock Presenta, The Twilight Zone, Más allá del límite, Historias de la cripta, Las pesadillas de Freddy, Misterio para tres –Friday the 13th: the series–, Cuentos asombrosos, etc. –sí, una ocurrencia llena de originalidad–. El caso es que, teniendo en cuenta la interesante etapa de inversión presupuestaria en la televisión norteamericana y el grandilocuente título de Masters of Horror unidos a la intención de contar con verdaderos especialistas del género sin ninguna limitación para sus ideas salvo el máximo de los 60 minutos de duración, la cosa empezó a pintar interesante. Por otra parte, al tratarse de una producción del canal de cable Showtime la contención en cuestiones de sangre y casquería quedaba desestimada.

Pero veamos la selección final de directores que aceptaron participar en el proyecto. Nos encontramos con dos maestros incuestionables como Dario Argento y John Carpenter, viejas glorias ochenteras de indudable importancia para el género como Tobe Hooper y Joe Dante, colindantes con menos talento como John Landis o Don Coscarelli, las promesas de Lucky McKee y, en menor medida, Takashi Miike, y la inevitable dosis de morralla brindada por talentos como Stuart Gordon, Garris himself, William Malone, Larry Cohen y John McNaughton, que se debió pasar un día por la productora y le liaron. Una vez dado el baño de realismo con la lista de "maestros", ya solo era cuestión de disponerse a disfrutar de lo que cada uno pudiera ofrecer. Como hija de su tiempo, pese a lo restringido de su selección resulta difícil no aproximarse a la serie desde la comparación con las últimas tendencias en el cine de terror norteamericano. Dos constantes son las que dominan: el remake indiscriminado del terror oriental de naturaleza sobrenatural –los fantasmas de toda la vida pero con pelo cubriéndoles la cara– [The ring + secuela, Dark Water, The grudge + secuela, Pulse] y el resurgir setentero de terror sucio y bestia [remakes de La matanza de Texas y Las colinas tienen ojos + secuelas, saga Saw, Wrong Turn, Cabin Fever + Hostel, etc. — + sobre el horror porn —], desmarcándose en tercera posición el renovado interés por los muertos vivientes [saga Resident Evil, remakes Dawn of the Dead y Day of the Dead, dos nuevos Romero, etc.]. La duda estaba en si la serie se iba a subir al carro de las temáticas con tirón del momento o iba a recuperar otras más descuidadas con la ayuda de la experiencia de sus directores más consagrados.

Quizás sea Coscarelli el que con más fuerza se adscriba a la tendencia contemporánea, con una enésima revisión de las colinas de la matanza de Texas tienen ojos, pero también es el que entrega uno de los trabajos mejor planificados y acabados de toda la serie, con una fuerza y pulso que un servidor no encuentra en ninguno de sus largometrajes anteriores. El resto, salvo los que se suman a la corriente zombie (Hooper, Dante, McNaughton), han optado por otras temáticas clásicas del género, como lo sobrenatural, las mutaciones zoomórficas, la brujería y el psycho-killer tradicional. La pericia de Coscarelli para orquestar una pieza de cámara subgenérica de más que notable calidad y la de Joe Dante para hacer explícitas las dimensiones sociopolíticas del cine de muertos vivientes de Romero les han brindado muy buenos resultados, de la misma forma que la simpática aportación de John Landis ha permitido que entrara un poco de aire en su ataud creativo, pero el verdadero trío de ases ha sido el formado por Miike, McKee y Carpenter con las tres propuestas más arriesgadas, periféricas y originales de la serie.

La multi-alabada Audition había sido mi única experiencia miikiana previa a Imprint, sin que encontrara las razones para la creación de tan vasto fenónemo hard-fan en internet más allá de lo rasgado, en ambos sentidos, de su mirada –ay, qué ingenioso estoy hoy–. Sí encuentro motivos para el asombro en este mediometraje, auténtico viaje a los infiernos carnales –mucho más físico que la decepcionante aportación de un Argento demasiado contenido formalmente– que rebosa sordidez y tabúes violentamente violados por sus cuatro costados. Aparte de la conseguidísima inmersión atmosférica en un mundo malsano lleno de tortura y deformidad a través del trabajo formal, el director se sirve de la postclásica estructura narrativa de Rashomon para articular gradualmente el acercamiento al terror y la más grotesca depravación de la mano de una mirada fija que no se corta en mostrar de forma explícita. El detalle final de una guiñolesca mutación cronengberiana de feria empaña ligeramente el conjunto, pero aun así hay que reconocer que el trabajo de Miike consigue cumplir todas las expectativas que se pueden tener a la hora de ver una muestra de un verdadero Master of Horror.

Los que, en mi opinión, son los dos mejores episodios de la serie son los realizados por Lucky McKee y John Carpenter, Sick Girl y Cigarette Burns respectivamente. Una de las más sólidas nuevas promesas del género y uno de sus más grandes maestros. Ambos confluyen en la voluntad por trascender la propuesta temática de la serie para contar algo más –Dante también, con portada en CinemaScope incluida, pero con mucha menos sutilidad, lo que no tiene por qué ser necesariamente tomado como algo malo–. Soy consciente de que ya se ha hablado en muchos lugares de las implicaciones del trabajo de Carpenter, que personalmente habría deseado que hubiera convertido en largometraje. Una asombrosa y sucia mirada al mundo del cine como codicioso mercado de almas, deseos y ambiciones teñido de amoralidad, además de la creación de un inmediato nuevo símbolo metalingüístico para el género con igual fuerza que el mismo Necronomicón, el maldito y perdido film Le Fin Absolue du Monde. Así que por mi parte me voy a centrar en el de McKee, que me temo que injustamente ha pasado más desapercibido.

La propuesta de la que se encarga el director de May tiene un guión de Sean Hood y él mismo; permítanme que piense que las virtudes del mismo corresponden a McKee, pues por ejemplo fue él quien decidió cambiar el sexo del personaje protagonista para hacerlo más acorde con las inquietudes que ya había demostrado en su opera prima. Sick Girl cuenta la historia de Ida, una entomóloga que no consigue mantener a ninguna chica a su lado debido a su afición por los insectos, que le hace tener "trabajo" hasta en el mismo dormitorio de su casa. Pero un día conoce a Misty, quien además de ser adorable y estar totalmente entregada a ella, no parece tener ningún problema con los coleópteros. Como en toda buena tradición pulp que se precie, resulta que Ida acaba de recibir un paquete anónimo que contiene un extraño y hostil especímen, que encima se escapa y anda libremente por la casa, y termina picando a su nueva novia. Cuando ésta se traslada a la casa empieza a experimentar cambios en su comportamiento que acaban derivando en una horrible mutación. Este esquemático y previsible esbozo es todo el contenido fantástico de la historia, que solamente hace aparición en muy contadas ocasiones y en el necesario climax final. El resto del metraje se ocupa de ilustrar la vida diaria de Ida, muy bien encarnada por Angela Bettis, musa del director, y el comienzo y desarrollo de su relación con Misty, interpretada por Erin Brown, una de las musas del cine indie norteamericano. Son estos momentos de digresión en los que los dos personajes se relacionan los que mejor funcionan, rodados e interpretados con gran naturalidad y acompañados por canciones del grupo pop-rock Poperratic. Secuencias responsables de que fluya la vida de los personajes más allá de sus cometidos temático-genéricos y podamos entender el resto del relato como una divertida metáfora de los riesgos de las relaciones demasiado aceleradas en las que sus integrantes no se dan tiempo para conocerse el uno al otro antes de asentar un compromiso que puede correr el riesgo de estar basado en ideas preconcebidas o deseadas sin una base sólida, futuras fuentes de numerosos problemas; así como de aquellas relaciones que demandan el cambio radical de uno de los miembros, pérdida de su identidad para adecuarse al canon de la pareja. De la misma forma que Eraserhead nos hablaba de la paternidad en forma de pesadilla expresionista, Sick Girl lo hace de los miedos y problemas ante el compromiso forzado y repentino.

En fin, la conclusión final que se puede sacar de esta primera temporada es que, rebuscando entre la basura es posible encontrar algun que otro despunte de calidad que merece la pena ver: los cuatro aquí comentados más Dante, Argento y Landis. Una pena que el resto de directores no hayan podido siquiera mantener un nivel decente. Destaca especialmente cómo Tobe Hooper echa una nueva palada de tierra sobre su tumba –aunque haya que agradecerle que tenga las formas tan apetecibles de Jessica Lowndes–, Larry Cohen no sabe qué hacer con una de las ideas argumentales más desarrollables y propicias para el lucimiento formal y Stuart Gordon destroza uno de los mejores relatos de Lovecraft. Veremos por dónde nos lleva la segunda temporada que, aunque se adivina más floja, por lo menos cuenta con la buena noticia de que tanto Carpenter como Dante repiten.

viernes, noviembre 03, 2006

The Departed


En la reciente Miami Vice de Michael Mann se dejaban entrever un par de apuntes sobre la ardua y compleja tarea de los infiltrados policiales, conscientes de estar adoptando una personalidad no propia, antagonista, durante un periodo efímero de tiempo y el vacío psicológico posterior que inevitablemente lleva asociada esta transmutabilidad, hasta el punto de poder llegar a olvidar la identidad propia. La película que, según se dice, renovó el cine de acción hongkonés en 2002, Infernal Affairs (Mou gaan dou) dirigida por Wai Keung Lau y Mak Siu Fai, se servía lúdicamente de este concepto para construir un vibrante thriller policíaco en el que se enfrentarían un policía infiltrado en las triadas y un gangster infiltrado en la propia policía. A la hora de realizar el remake americano de dicha cinta, The Departed, parece que haya sido Martin Scorsese el aquejado por estas crisis identitarias. Parece como si el viejo Martin no supiera exactamente qué hacer con el material que tiene entre las manos y alterna grandes y sabias decisiones, eco de su innegable y contrastada maestría, con otras en las que parece que reine la desgana, el desvinculamiento incluso. Todo lo contrario a lo que ocurre en la, para muchos, fallida Gangs of New York, donde sí es posible verle presente en cada fotograma retorciéndose por las mutilaciones e inclusiones impuestas. Personalmente, prefiero verle entregado pero jodido a conformado con carencias y piloto automático.

Con Scorsese la forma de abordar un remake nunca es especular o de inútil fotocopia. Como en el caso de Cape Fear, son numerosos los cambios y añadidos que ha introducido el director en el guión original de Felix Chong y Mak Siu Fai, siendo el más interesante de todos la perfecta adecuación de la historia a un nuevo espacio, el bello y frío Boston con su población de origen irlandés. Sin embargo, todas las novedades juntas no consiguen que olvidemos la cinta hongkonesa pese a tratarse de un thriller del montón, porque, aunque duela decirlo, se nota que está rodada con muchas más ganas y con tensiones mejor conseguidas, precisamente porque se ve en la intención de sus directores imitar el estilo Scorsese. The Departed no aprovecha su posición de ventaja y parece ahogarse en sus propios cambios de ritmo, como si Martin no tuviera claro muy bien a dónde quería llegar... ni le importara. Son inexplicables la multitud de situaciones y secuencias desaprovechadas a lo largo de todo el metraje, en las que la sensación siempre es que va a empezar algo grande y, finalmente, todo queda en eso, supuestos momentos climáticos sin garra, con una planificación nada trabajada y tensión cero –p. ej, los distintos momentos en los que los polis están a punto de pillar a los mafiosos, ¡e incluso cuando lo hacen!–.

Como digo, los toques de brillantez scorsesiana se alternan con los de sonrojo general. Así tenemos el siempre excelente uso de la música, canciones omnipresentes en la banda sonora y una brillante utilización del sonido con cortes bruscos y protagonismo de las melodías y teclas de los móviles, pero una casi nula implicación formal a la hora de tomar las imágenes, haciendo que incluso cuando esto sucede –ciertas panorámicas– quede falso y chapucero. También la nada contenida pero obviamente carismática interpretación de Jack Nicholson como el capo mafioso –al que ha merecido la pena aumentar el papel respecto a la película original– y más que perfectos secundarios como Martin Sheen, Vera Farmiga, Alec Baldwin y Mark Wahlberg –en el que quizás sea el papel de su carrera– se contraponen a una nueva demostración de las enormes limitaciones actorales de Leonardo DiCaprio y Matt Damon, que no pueden ni acercarse a la suela de Tony Leung y Andy Lau. Ambos se encargan de que la película pierda mucha fuerza cuando supuestamente tienen que representar la dura carga y riesgo, tanto de esquizofrenia identitaria como de ser descubiertos, que llevan a cuestas, no siendo capaces de variar sus caras de niñato de palo más que para descomponerlas en una artificiosa mueca. Sin embargo, uno de los mejores aciertos, los momentos que mejor funcionan y que sí permiten incidir un poco en las disquisiciones interiores de los protagonistas son cuando ambos se relacionan con la psicóloga interpretada por Vera Farmiga, refundición y ampliación de dos personajes femeninos del guión original. No solamente por la naturalidad de sus formas y una actuación que la sitúa en el punto de mira para el futuro, sino porque son estos breves minutos de metraje, más íntimos y cercanos a los personajes, los que nos permiten acercarnos un poco más a su vida de verdad, aunque no dejen de llevar las máscaras puestas. Se agradece que ante tantas aspiraciones narrativas Scorsese sepa tomarse dichos pequeños respiros que, paradójicamente, hacen subir el interés más que el enésimo coito interruptus en forma de secuencia de acción. No solamente se alternan los detalles positivos con los nocivos, sino también apuntes negativos contrarios entre sí, como insufribles concesiones comerciales del estilo de una machacona insistencia en enseñarnos cierto elemento que será importante para la resolución de la trama y que se lleva más primeros planos que Julia Roberts en los noventa, y bizarras improvisaciones dudosamente sobrias de Jack Nicholson que han sobrevivido al montaje final y crean más desconcierto que otra cosa.

En definitiva, la sensación final es de frustración ante la ocasión desaprovechada de hacer una gran película y de pena porque, si aceptamos que Scorsese sí se ha implicado de lleno en el proyecto, el poso que queda es que ha querido volver a lo que mejor se le da, ha tenido grandes aciertos, pero ha fallado como un motor que constantemente intenta arrancar y no lo consigue. Un resultado mediocre que, si bien remonta con facilidad la mezcla entre broma de mal gusto e insulto que suponía El aviador, no hace justicia más que a las horas más bajas de su filmografía anterior. Seguimos esperando a que Martin vuelva.