Ellis Estival
La absoluta desidia, abandono y nihilismo politóxico de la primera novela de Bret Easton Ellis resulta una formidable propuesta para leer desinteresadamente al aire libre ocupando momentos muertos de este verano. Aunque es posible que vuestro nivel de ingresos no sea parecido al de los adinerados niños de papá protagonistas del libro y no os llegue para sentir en vuestros pies desnudos el vapor que sale del jacuzzi exterior por la noche, se trata de un simple inconveniente que no impedirá en absoluto que disfrutéis de su lectura en estas fechas.
Porque pese a desarrollarse durante las cuatro semanas de vacaciones de Navidad de Clay, la historia tiene lugar en la tórrida zona metropolitana de Los Ángeles, así que la identificación climática de calor sofocante está asegurada. Entre fiestas intermitentes, despilfarro de dinero, consumo de drogas, dudas sentimentales y conversaciones vacías lo que mejor consigue transmitir Ellis es esa sensación tan irremediablemente arraigada en la juventud de la clase alta, resultado de inseminaciones fructíferas de productores cinematográficos, dueños de locales de moda, banqueros californianos y magnates de Hollywood, la generación que, con el mundo a sus pies, lo enrolla en forma de canuto y esnifa cocaína mientras mira la recién nacida Mtv: la facilidad que da el dinero para no hacer nada tiene que canalizarse de alguna forma.
Clay vuelve a Los Ángeles para pasar las vacaciones y se reencuentra con sus amigos para reincorporarse a su rutina diaria de inactividad. No es que cambie mucho respecto a la que lleva mientras estudia en New Hampshire –otro detalle, junto a la desorientación vital de sus protagonistas, seminal para la obra magna de Ellis, Las reglas de la atracción–, pero hay algo en la imagen que ve reflejada en el espejo de sus amigos –y no solo sobre el que se inclinan periódicamente– que le hace buscar algo que no es capaz de encontrar, aunque está casi seguro de que sí debería poder hacerlo: la autoconsciencia. Algo que la anoréxica Muriel ya ha perdido: "— Y no me hagas más preguntas, Clay ¿de acuerdo? — ¿Por qué no? (...) — Porque..., no me acuerdo –solloza." Algo que no encuentra mientras sale con su ex-novia Blair a la que nunca amó pero se ha acabado tirando la otra noche y termina en casa de una chica desconocida teniendo sexo con crema solar Bain De Soleil y Bowie de fondo. Ni en la snuff movie que le enseña Trent, ni en los vaqueros ajustados de Blair y su gesto al meter segunda conduciendo, ni en la agonía de un coyote atropellado, ni en las menores con las que flirtea en las terrazas. Ahí solamente queda desolación. Al fin y al cabo, como en toda rutina veraniega.